
Yo siempre he sido una persona muy obediente. Y muy responsable. Siempre. Muy obediente, y muy responsable. Si ya en mi bautizo vi la cara de mi madre como diciendo: "ahora cuando el cura te moje, no llores". Y no lloré. Yo siempre así, muy responsable y muy obediente. Si ya en la guardería me ponía el primero en la fila de los niños. Y en cuanto la abrían, iba corriendo como una garcita al pupitre correspondiente a mi apellido. Yo siempre así, muy responsable y muy obediente.
Siempre me senté en la mesa con las manos limpias, siempre usé el cepillo de dientes, siempre el papel de baño para el culo, siempre mi toalla, siempre la misma toalla. Y en la escuela... En la escuela atendía, escuchaba, aprendía, memorizaba y aprobaba. Y jugaba la media hora de recreo en mi zona correspondiente. Nunca transgredí y jugué con niños de otros cursos. Sólo del mío. Siempre fui al mismo instituto y a la Universidad yo fui con el dinero ganado en mi trabajo. Siempre en el mismo trabajo. Y cuando mis padres me dijeron que me abriese el libretón para cuando me casase, me lo abrí. El libretón. Siempre así, muy obediente y muy responsable.
Yo siempre salí los viernes y los sábados. Siempre hasta la una. Siempre llamé a los amigos para quedar. Siempre fui puntual. Siempre y nunca, porque entendí y obedecí lo que me dijeron mis mayores, mis yayos: “siempre para estar y nunca para sobresalir”.
Yo es que fui obediente, sumiso y comprensivo. ¡Si yo no besé a mi novia hasta el año de novios! ¡Si no hicimos el amor hasta que ella quiso y como ella quiso! Ella arriba y yo abajo. En el motel “Avión”.
Me casé, visité a los abuelos, pagué a Hacienda, veraneamos veinte días, nos compramos un coche verde oscuro, tuvimos un hijo, lo lavé y lo cuidé. Al coche verde oscuro.
Yo nunca levanté la voz, nunca, nunca levanté la voz. Sólo cuando el camarero no nos hacía mucho caso y mis padres, y mis suegros, y mi mujer, y mi hijo, me decían: "levanta la voz, levanta la voz" (Levantando la voz) "Camarero".
Yo es que siempre fui uno con mi entorno y siempre pagué las comidas familiares de los domingos. Un par de cines al mes, un musical al año, varios domingos de excursión con las compañeras de mi mujer, varios domingos al futbol con mis compañeros de trabajo, semana santa con los primos, vacaciones con los amigos, nochebuena con los míos, fin de año con los tuyos.
Y mis hijos… Mis hijos como yo: a un colegio público. Pero de los que se sale un poco más tarde para que hagan flauta y natación. Bautizado, confirmado y casado. Pero no a misa, que eso ya sabemos que es demasiado. De izquierdas. Pero socialista. Con algún amigo de derechas, que hay muchos en el trabajo.
Y de repente un día, sin darte cuenta, tu hijo ya va al colegio. El pequeño, tu hijo, ya va al colegio. Y tú quieres que sea como tú. Que obedezca, que sea como tú. Pero el crío ha suspendido cuatro, y te pide que no le castigues. Y tú obedeces y no le castigas. Y tu mujer lo ve y se enfada. Se enfada y castiga al niño. Y tu madre lo ve y se enfada con tu mujer. Y tu madre y tu mujer te miran y se enfadan, y tu padre mira para el otro lado. Y el crío está jugando en la calle porque nadie le ha castigado y cuando quiere dinero se lo pide a tu mujer, porque es ella la que administra. Y tu quieres obedecer, quieres obedecer, pero ahora hay dos leyes. La de tu madre y la de tu mujer.
Y te vas al trabajo. Y en el trabajo te dicen que ahora buscan gente con más capacidad de liderazgo. Y te echan. Y tus amigos de izquierdas ahora tienen casas grandes. Y las quieren conservar. Y tienen miedo de que les roben. Y para que no les roben quieren mas policías y para que haya más policías se hacen de derechas. Y tu mujer se va con uno que tiene casas grandes. Y el crío te coge el coche una noche de borrachera. Y lo estrella. Y tu no sabes que hacer, no puedes castigarle, no puedes hacerte entender, no sabes que hacer.
Y ya no tienes coche verde oscuro, ni amigos de izquierdas, ni mujer, ni trabajo, ni puedes llamar a los demás matrimonios. Y te tienes que buscar la vida... en metro.
Y te metes en el metro para una entrevista de trabajo, de comercial, en la Plaza de Castilla. Te metes en el metro y ves a unos inmigrantes que se cuelan sin pagar. Y te entran muchas ganas de gritar y de decirle al guardia de seguridad: "eh, que se están colando unos inmigrantes sin pagar, hostia puta". Pero respiras profundo y te callas. Porque por un momento te das cuenta que no gritarías por los inmigrantes que se cuelan sin pagar, sino por todas las veces que te la han colado y has tenido que pagar.