¡Ja! No va a ser así. El jueves 27 de mayo a las ocho menos cuarto, a mitad de trayecto, el tren se para. Se ha estropeado. Como en los mejores tiempos. Pero en el 2010. Se estropea y no parece que haya solución. Algo falla en el “Alaris”. Nadie sabe decir nada.

El señor mayor, en muletas, a oscuras dentro de un tren donde ya no funciona ni el baño, se cae. Ayudo a la mujer que le ayuda. Me mira con cara de resignación.
Al final nos meten por una rampa que colocan en un tren regional que va a Albacete. Unos imbéciles regionales hasta se molestan de tener que esperar a que entremos en su tren. Pienso en lo que sufrirán quienes vienen, no de otro tren, sino de otro país y se encuentren imbéciles regionales. A mí, el mismo revisor que antes me impedía preguntar y no informaba de lo que pasaba me pide una foto con su móvil. No es un hombre, pienso, es un “ultra-cuerpo”, un vaina con ojos.
En Albacete nos sueltan. Nos meten en otro tren que nos lleva a Alicante. Por ahora tres horas de retraso. Una voz garrula y ordinaria, entre tos y tos, nos dice con tono de superioridad que tenemos tres meses para que nos devuelvan dinero. Pasa la azafata que se equivocaba todo el rato con una bolsa que contiene juguetes de niño en papel de regalo. Alguien lo perdió.
Nos ofrecen, a la una de la madrugada, un bocata de queso barato, un Huesitos (¿por qué un Huesitos?) y un botellín de agua.

El señor mayor tiene que ir al baño, no puede más. Renfe nos deja en Alicante. Se oye un "Rogamos disculpen las molestias" entre tos y tos y risas de una azafata que remata la risa con un "Sólo me ha pasado esto cuatro veces en diez años". Veo la bolsa de juguetes de niño en una esquina tirada. Ni los guardó.