jueves, 18 de noviembre de 2010

DORADO

Hubo una época, de pequeño, que creo que fue larga y difícil pues llevó a los míos hasta la exasperación, donde a mí lo único que me gustaba comer era lo dorado.

No sé muy bien porqué. Rechazaba la fruta, sólo comía melocotones con piel, muy, muy bien lavados para que la piel no fuera áspera, y plátanos. Comía galletas María, bollos industriales envueltos en papel dorado, pollo alast, tortilla francesa y tortilla de patata, muy bien hechas y muy doradas. Patatas fritas y pechugas de pollo muy doradas.
El marrón, artificial, se incluyó en mi extraña manera de comer. Entraba el Cola-cao, la Coca-cola, la sopa maravilla (que si al probar con la cuchara era áspera por restos de algo, la desechaba),…
Era obvio que era un niño muy difícil, aunque luego no daba nada de guerra. Con una sonrisa puedo decir que eché de menos a mis padres que trabajaban muchísimo para tirar para adelante en aquella Barcelona charnega. Y que muchas-muchas cosas no fueron fáciles. Que mi actitud en el colegio me excluyó de la mayoría y que sufrí el mobbing, el acoso y los golpes, antes de que se hablara de ellos.
Pero mira, el comer cosas doradas, el divertirme haciendo teatro en una zona/parque llamada "del sol"'(¡dorado, que curioso!) y pasar el rato de mi casa al colegio y luego a casa de los abuelos -¡dónde exigía comer dorado a mi pobre abuela y dónde mi pobre hermano acabó también comiendo frito por mi culpa!-, y cantando mis canciones inventadas a partir del Chiquitita o el Waterloo de Abba, la verdad es que todo ese pack a mí me hacía muy feliz. Curiosamente años después Abba sacaría el Abba Gold (¡dorado!) y volverían a arrasar.
A lo que iba. Yo encontré mi felicidad y mi mundo en el dorado. El Exin castillo dorado, el pelo de Farrah, los estuches amarillos, los pantalones de pana claros... Caminar, inventar, cantar... Los dibujos animados hicieron mucho daño, los colores eran de una pieza, falsos, sin gama y... ¡no olían!
Y como no existían en mi cabeza los colores realistas y el olor, pues cómete tú un pescado o unas alubias con chorizo.
Mi madre fue muy lista y buscando lo mejor para mí apareció el rebozado. ¡La carne se podía rebozar! Los calamares, la sepia, también la merluza y el lenguado. Y en las empanadillas doradas se podía meter atún dorado y más cultura emocional, que diría un francés. En las cremas de verdura si hay más patata puedes meter verde porque sale marrón.
Apareció el chocolate y al aceptar por goloso el marrón oscuro, acepté chocolate blanco y con el blanco entró el arroz, el huevo duro con sorpresa dorada dentro que para mí era como un pre-Kinder... Y los macarrones y los espaguetis, sin salsas. Gracias a mi abuela llegó el "Frankfurt" (la salchicha Frankfurt, y es que en Barcelona se pusieron ultra de moda los Frankfurt "El Pibe" a finales de los 70)...
Cada vez comía mejor pero aún de adolescente rechazaba mucha comida y comer conmigo era odiarme. Y con mucho esfuerzo, con muchísimo esfuerzo de verdad, al hacerme adulto descubrí que tenía que comer de todo y bien porque ya empezaba a dolerme la barriga demasiado. Me costó no se sabe cuánto dejar las colas, los tabacos, (¡caí jovencito por el filtro dorado, fíjate!), dejar las guarradas y la bollería industrial, patatas fritas... ¡Los Doritos! ¡Se llaman así, Doritos!
Y me puse a descubrir las verduras, las legumbres, la fruta, carnes, pescados. Me obligué a lo más odiado: las lentejas, los garbanzos, las espinacas,… Y le pillé el gusto. Los chinos, los japos, comida mexicana, hindú, los pintxos del norte, la buena escudella, los platos regionales... ¡La cuchara!
Y con los años es una mezcla. Me puedo hacer mi tortilla de patata con una gran ensalada de canónigos o puedo comer pechugas de pollo y de mi primero una crema de puerros.
Con las emociones y mis actos seguramente me ha pasado lo mismo. Quizás peco de querer ver siempre lo bueno, de querer decir las cosas buenas, quizás voy mas de majo que lo que en el fondo soy. Si quiero ser mejor persona cada día es porque es un esfuerzo diario y de primeras ser más yo, más áspero, como esa piel de melocotón.
Por supuesto que por ahí sigue el niño dorado que rechaza la profundidad de un buen plato "con de tó”, como la vida misma. Pero si descubrí cada vez más sabores, pues igual con las emociones o las ideas. En vez de quedarme en la primera impresión o en la mía-mía, quiero ser más tolerante y entender al otro y descubrir más formas de ver el mundo. Me quiero abrir. Y si quiero comer verde…
E intentar ser mejor... Pues mira, mejor que comer siempre patatas...

1 comentario:

  1. ¡Hola Secun! Me encanta tu blog y esto que has escrito también, si te consuela a mi tampoco me gustan las espinacas... jaja. Quería saber si tú o alguno de tus compañeros de Aída tiene tuenti. ¡Sois los mejores! Un abrazo :)

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